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El séptimo sello trae, en lugar de nuevos acontecimientos, un intervalo de expectante silencio, y señala la transición hacia
una nueva serie de visiones. Estas son significativamente precedidas por
la descripción del extraordinario
efecto de las oraciones de los santos, que sube con incienso a la
presencia de Dios y apresura el tañir de las trompetas ya dispuestas.
Es
interesante notar que, como en el caso de la apertura de los sellos, el tañir
de la séptima y última trompeta es diferido;
a esto se le añade que, devastadores como son los efectos de las
trompetas, no conducen a una aniquilación total sino a grandes desastres,
que causan una destrucción parcial
(un tercio). De 9:20s se entiende que las plagas tienen como propósito
llevar al arrepentimiento, a
través del temor, a “los habitantes de la tierra”.
La
primera trompeta es seguida por granizo y fuego, dañando un tercio de los árboles y la hierba; la segunda, por una montaña
de fuego que cae al mar y destruye un
tercio de las naves y de los seres marinos. Tras la tercera, lo que
cae, esta vez sobre las aguas dulces, es una estrella, también ardiente,
que envenena un tercio de ellas.
La cuarta trompeta es seguida de la destrucción de un tercio de las luminarias celestes.
Mientras
que las cuatro primeras trompetas causan desastres mediados por fuerzas de
la naturaleza, las dos siguientes son mediadas por poderes sobrenaturales. La quinta corresponde a una “estrella”
que en realidad es un ángel devastador, llamado precisamente
“Destructor”. Le es permitido soltar hordas de “langostas” demoníacas
que causan gran sufrimiento, aunque su
poder es limitado tanto en sus efectos como en su duración.
Con
la sexta trompeta, los ángeles encargados de controlar los elementos y un
inmenso ejército celeste son desatados,
causando, ahora sí, la muerte de un
tercio de los “habitantes de la tierra”. Pero estos, en lugar de
arrepentirse, persisten en su blasfemia, idolatría y otros graves pecados.
En
lugar de la séptima trompeta, aparece ahora, a modo de interludio, una manifestación más de la paciencia y gracia de Dios: un ángel
gigantesco baja a la tierra a proclamar el evangelio, la buena nueva de
Dios. El anuncio parece fuera de lugar, pero el mensaje es claro: todavía
no es demasiado tarde, aún hay
posibilidad de arrepentimiento. La proclama del ángel es respondida
por siete truenos –¿expresión del juicio divino?- pero es notable que,
al contrario de todo lo demás que Juan ve y oye, se le dice que no
escriba lo dicho por los truenos; el juicio final no es aún. Esto no
significa que no vaya a ocurrir, como lo explica el gran ángel: cuando
suene la séptima y final trompeta, todo se consumará (Cf. Mateo 24:
31; 1 Corintios 15:52; 1 Tesalonicenses 4:16).
Juan
incorpora el mensaje comiendo el librito, y nota su dulzura y su amargura,
que corresponden a los dos filos de la Palabra como mensaje de salvación a los que la aceptan y de condenación a los que
la rechazan. Así preparado, se le envía a predicar a todo el mundo
incrédulo este anuncio.
A
continuación, se le encomienda a Juan medir el templo de Dios, el altar y los que en él adoran, pero excluir el
patio fuera del templo, “porque ha sido entregado a los gentiles” por
“cuarenta y dos meses”. Parece claro que el templo medido no es otro
que el pueblo peregrino de Dios, la
Iglesia; esta es doctrina uniforme del Nuevo Testamento: Juan 2:21 ;
Hechos 15: 15-18; 1 Corintios 2:9, 16s; 6:19; Efesios 2:19-22; 1 Pedro
2:4s; Cf. Juan 4:21; Hechos 7: 48; 17:24) La adoración y santidad de este
Templo santo están específicamente protegidas por Dios, pero no se halla
completamente libre del acoso de los incrédulos.
Luego
de la imagen de la iglesia como el templo de Dios en la tierra, le sigue
la de la comunidad creyente como testigos
fieles. Su ministerio se extiende, naturalmente, por el mismo tiempo
durante el cual el templo es protegido. Los atributos y el poder de la
iglesia en su papel de testigo
se describe basada en Zorobabel y Josué, Moisés y Elías. Solamente podrán
ser muertos cuando hayan acabado su testimonio. El ejecutor es “la
bestia que sube del abismo”, mencionada aquí por primera vez. Yacen
muertos en la ciudad impía por tres días y medio, con gran alegría de
los impíos que rechazaron su testimonio. Sin embargo, son resucitados y
llevados al cielo a la vista de sus adversarios, a lo cual le sigue un
terremoto con una mortandad parcial, y “los
demás” (presumiblemente una porción considerable de los incrédulos)
son llevados al arrepentimiento y a glorificar a Dios.
Es
necesario subrayar cómo el
testimonio cristiano logra, en esta visión, lo que no lograron las plagas
de los sellos ni las de las trompetas: en palabras de un escritor
cristiano, “la sangre de los mártires es la semilla de la iglesia”.
Por tanto, un propósito fundamental de la profecía es mostrar la
necesidad de perseverar no solamente en vista de la recompensa, sino del papel
central del testimonio y del sufrimiento de los creyentes en el plan de
salvación para toda la raza humana.
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