A continuación sigue el pasaje que tiene el dudoso privilegio de
ser el más controvertido de toda la santa Biblia. Se menciona la prisión
y atadura de Satanás y el reino de los Vencedores, en ambos casos por mil
años. La mayoría de los intérpretes cree que ambos acontecimientos
ocurren durante el mismo período, el llamado milenio.
Juan ve un ángel que prende
al dragón y lo encierra en el abismo por mil años, para que no engañe
a las naciones por dicho plazo. Acto seguido, ve unos tronos,
donde se sientan aquellos a quienes es dado juzgar: son los vencedores,
los que no se han doblegado ante el poder de la Bestia ni han recibido su
marca. Estos viven y reinan con Cristo por mil años. Su retorno a la vida
se describe como la “primera
resurrección”, y Juan pronuncia una bienaventuranza
–la quinta del libro- sobre estas personas, que no pueden ser dañadas
por la segunda muerte. A diferencia de estos privilegiados, y en contraste
con ellos, el resto de los muertos no experimenta este retorno a la vida
ni pueden, desde luego, desempeñar las funciones de juicio, reinado y
sacerdocio.
Cuando se cumplen los mil años, Satanás
ha de ser soltado –implíctamente por decreto divino- y reúne a
todas las fuerzas de las naciones opuestas a Dios, llamadas simbólicamente
Gog y Magog. El numerosísimo ejército intenta atacar a los siervos de
Dios sobre la tierra, que en conjunto se describen como “el
campamento de los santos, la ciudad amada”. Sin embargo, antes de
que ello ocurra, desciende fuego del cielo, enviado por Dios, y consume las hordas satánicas;
el dragón es enviado al mismo lago de fuego que es la morada de la bestia
y su falso profeta.
Lo siguiente que ve Juan es un gran trono
blanco, con alguien sentado en él. Tierra y cielo “desaparecen” ante
el trono que todo lo llena. Hay una resurrección,
que aunque no es así nombrada debe de ser la segunda. En contraste con la
primera, en que sólo una parte de los difuntos participaba, en ésta “todos
los muertos, grandes y pequeños” están de pie ante el trono. La
muerte y el Hades, y hasta el mar, se ven forzados a entregar hasta el último
de los muertos. Se abren los libros celestes que contienen las obras de cada
uno, y el Libro de la Vida. Todos los que no se hallaron en este último
corren la misma suerte que la “trinidad satánica”. Asimismo, la
muerte y el Hades son también eliminados de la misma forma.
La principal dificultad de 20:1-10 surge a la
hora de determinar la relación entre el milenio y la Parusía. En términos
generales, se denomina premilenaristas
a quienes creen que la Parusía ocurre antes
del milenio, y postmilenaristas
a los que piensan que la Parusía ocurre al final del milenio.
Una razón importante que dificulta la
interpretación del pasaje es que no
hay otro lugar en toda la Biblia que mencione explícitamente este período
de mil años. Por tanto, todos los intérpretes deben realizar
suposiciones cuya naturaleza es obviamente diferente entre pre y
postmilenaristas, y explican las conclusiones divergentes.
Como se ha visto reiteradamente, Juan
presenta la revelación que ha recibido en forma de visiones que recapitulan
una y otra vez la historia humana y divina, desde diferentes puntos de
vista. La recapitulación más obvia ocurre a mitad del libro: El Cap. 12
nos retrotrae en el tiempo con respecto a los acontecimientos del Cap. 11.
Ciertos indicios internos nos permiten dividir las secciones
del libro tal como se ha hecho aquí: Cap. 1-3, Cap. 4-7, Cap. 8-11, Cap.
12-14 y Cap. 15-16. Sin embargo, hay argumentos tanto en pro como en
contra de que ocurra otro tanto entre los Cap. 19 y 20. Aunque el tema
merece discusión, ella escapa de los límites del presente resumen; por
tanto, me limitaré a ofrecer mi
propia comprensión del pasaje, que se halla en línea con la
sostenida por el cristianismo histórico
Creo que con el Cap. 20 se inicia una nueva
sección paralela. Los principales argumentos pueden resumirse como sigue:
1.
El
capítulo 19 concluye con la completa destrucción de las naciones
enemigas de Dios,
de cuya carne se sacian las aves de rapiña. Sin embargo, en 20:3 la
existencia de las naciones se presupone al decir que el propósito de la
atadura del dragón es impedirle que las engañe, y que de hecho son engañadas
por él al final del milenio.
2.
En
otras partes del Nuevo Testamento hay referencias a la atadura y derrota
de Satanás: Mateo
4:11; 12:28s; 28:18-20; Lucas
10:18; Juan 12:31; 16:11; Romanos 16:20; Efesios 1: 20s; 6:16; Colosenses
2:15; Hebreos 2:14s; Santiago 4:7; 1 Pedro 5:8s; 1 Juan 2:13s. Ya durante
el ministerio terrenal de Jesús, y en especial desde su resurrección
gloriosa, Satán es un enemigo derrotado.
3.
Por
real que sea, la restricción de Satanás no es completa;
él es atado con el propósito específico de impedirle “engañar a las
naciones”. En el pasado podía hacer esto con gran libertad, pero
actualmente no; véase Hechos 14:16s. Ahora el evangelio es predicado
hasta lo último de la tierra, y todos pueden aceptar la salvación.
Cuando Satán sea liberado, sólo aquellos obcecados que a pesar de la
predicación se hayan negado a rendirse a Jesucristo serán la fácil
presa del engaño satánico, consistente en hacerles creer que pueden
vencer a la Iglesia del Cordero.
4.
La
identidad de aquéllos que Juan ve reinar con Cristo puede inferirse a
partir de la visión del quinto sello en el mismo libro;
basta comparar las descripciones para entender que se trata de las mismas
personas:
6:9 |
20:4 |
las almas de los que
habían muerto |
las almas de los
decapitados |
por causa de la palabra de Dios |
por causa del testimonio de Jesús |
y del testimonio que tenían |
y por la palabra
de Dios |
5.
El
lugar del reinado no se indica.
Sin embargo, con excepción de los tronos satánicos (2:13, 16:10) siempre
que Juan menciona tronos se halla en
el ámbito celestial. Es más, el sitio en el trono que el mismo Señor
promete es celestial (3:21). Por otra parte, no dice que se trate de
personas físicamente resucitadas, sino de almas
que revivieron. Por tanto, el pasaje señala un reinado
celestial e invisible de los que han vencido en Cristo.
6.
La
expresión
“primera resurrección” debe
referirse a la resurrección espiritual del alma de los que mueren en
Cristo. Quienes dicen que si la “segunda” resurrección previa al
juicio es física la primera también debe de serlo, no consideran la
estructura “cruzada” de las resurrecciones y las muertes que Juan
presenta:
La primera resurrección es espiritual;
la primera muerte (no mencionada) es física;
la segunda resurrección (no mencionada) es física;
la segunda muerte es espiritual
Esta
estructura se corresponde bien con las
palabras del Señor registradas en Juan 5:24s, 28s: “De
cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió
tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de
muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es,
cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan
vivirán ... No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando
todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo
bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a
resurrección de condenación.” El Señor se refirió a la muerte
espiritual y física en la misma frase (Mateo 8:22). En muchos pasajes
es claro que es necesario resucitar espiritualmente
para tener entrada al cielo; por ejemplo, Romanos 5: 17; 6:1-11; 2
Corintios 5:14s; Efesios 2:5s.
7.
Finalmente, la
rebelión final de Satanás tiene sus paralelos
en el mismo libro de Apocalipsis. La “batalla
de aquel gran día del Dios todopoderoso”, mencionada en Apocalipsis
16:13-16 parece la misma que la de Gog y Magog. La destrucción por
fuego se menciona en Pedro 3:7,10 y
2 Tesalonicenses 1:8- 2:12.
Por todo lo anterior, es razonable admitir que el espacio aquí descrito como de mil años es el período que va desde
la primera hasta la segunda venida de Cristo. Ello exige, claro, que
tomemos los “mil años” como
una expresión figurada de un tiempo extenso. ¡Esto no presenta mayor
dificultad que considerar como figurada la cadena
con la que el dragón es atado! Nos hallamos en terreno firme dada la
naturaleza del libro y el hecho indisputable que las otras dos menciones bíblicas
de un período de mil años son
figuradas, y muestran que Dios no está limitado por el tiempo. El
Salmo 90:4 dice “Ciertamente mil años
delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las
vigilias de la noche”. Por su parte, ante las burlas por la supuesta
demora del Señor en retornar, se declara: “Pero,
amados, no ignoréis que, para el Señor, un día es como mil años y mil
años como un día” (2 Pedro 3:8).
En
resumen, Satanás tiene su poder limitado durante la presente era del evangelio,
y hasta poco antes de que el Señor vuelva el evangelio puede ser
predicado a las naciones. Entre tanto, los que han muerto en Cristo y que
el mundo cree derrotados, en
realidad viven para Dios y ya reinan con Él. Sin duda este mensaje ha
de haber sido mucho más alentador para la Iglesia perseguida que la noción
de algún reino terrenal en un futuro remoto. Al final del milenio el dragón
es soltado y lanza su ofensiva final, sólo para ser vencido
fácilmente y arrojado al lago de fuego. A esto le sigue el juicio
universal y la aniquilación de la muerte.
Una
vez concluído el juicio, Juan ve nuevos
cielos y tierra. El mar, lugar tenebroso y misterioso, ya no existe.
Ahora la Jerusalén celestial desciende del cielo, y allí Dios habrá de
morar con Su pueblo por la eternidad, poniendo fin a todo temor, angustia
o dolor. Los que vencen como Cristo venció, es decir, enfrentando con
valor el sufrimiento y aún la muerte, son los coherederos de Jesucristo y
habitan la santa ciudad, mientras que todos los impíos quedan excluidos
de ella por la eternidad.
La
majestuosidad de la Jerusalén celeste, nuestra morada eterna, contrasta
con la burda y llamativa vestimenta de Babilonia tanto en calidad como en
cantidad. Todo en la ciudad divina es majestuoso, bellísimo, perfecto. La
ciudad no necesita un templo donde los fieles se congreguen para adorar,
pues la presencia de Dios y del Cordero está en toda ella, y los salvos
de todas las naciones adorarán allí por siempre, en una perpetua y
perfecta comunión.
Al
modo de un paraíso restaurado y
perfeccionado, del trono divino fluirá un río y a su vera estará el
árbol de la vida. Los vencedores serán pastoreados y guardados por Dios,
gozando el privilegio, prohibido desde la caída de Adán, de verlo cara a
cara.
El
libro concluye con declaraciones de la justicia de Dios y el mandato
de dar a conocer esta revelación, pues “el
tiempo está cerca”. El Señor anuncia que viene pronto, y con Él
su recompensa. Ahora se oye la séptima bienaventuranza para los
seguidores del Cordero, que habitarán la ciudad santa. Jesús mismo da
testimonio del mensaje. El Espíritu
Santo y la Iglesia claman por la venida del Señor.
Tras una solemne advertencia en contra de quitar cosas del libro, o
añadirle algo a la profecía, el Señor anuncia una vez más su venida,
esperada con júbilo por los suyos. Y con este mensaje de esperanza,
consuelo y fortaleza, Juan el profeta bendice a sus hermanos y se despide
de ellos.