EL REINO DE MIL AÑOS, EL JUICIO Y LA ETERNIDAD.

































(Apocalipsis 20-22)

            A continuación sigue el pasaje que tiene el dudoso privilegio de ser el más controvertido de toda la santa Biblia. Se menciona la prisión y atadura de Satanás y el reino de los Vencedores, en ambos casos por mil años. La mayoría de los intérpretes cree que ambos acontecimientos ocurren durante el mismo período, el llamado milenio.

            Juan ve un ángel que prende al dragón y lo encierra en el abismo por mil años, para que no engañe a las naciones por dicho plazo. Acto seguido, ve unos tronos, donde se sientan aquellos a quienes es dado juzgar: son los vencedores, los que no se han doblegado ante el poder de la Bestia ni han recibido su marca. Estos viven y reinan con Cristo por mil años. Su retorno a la vida se describe como la “primera resurrección”, y Juan pronuncia una bienaventuranza –la quinta del libro- sobre estas personas, que no pueden ser dañadas por la segunda muerte. A diferencia de estos privilegiados, y en contraste con ellos, el resto de los muertos no experimenta este retorno a la vida ni pueden, desde luego, desempeñar las funciones de juicio, reinado y sacerdocio.

            Cuando se cumplen los mil años, Satanás ha de ser soltado –implíctamente por decreto divino- y reúne a todas las fuerzas de las naciones opuestas a Dios, llamadas simbólicamente Gog y Magog. El numerosísimo ejército intenta atacar a los siervos de Dios sobre la tierra, que en conjunto se describen como “el campamento de los santos, la ciudad amada”. Sin embargo, antes de que ello ocurra,  desciende fuego del cielo, enviado por Dios, y consume las hordas satánicas; el dragón es enviado al mismo lago de fuego que es la morada de la bestia y su falso profeta.

            Lo siguiente que ve Juan es un gran trono blanco, con alguien sentado en él. Tierra y cielo “desaparecen” ante el trono que todo lo llena. Hay una resurrección, que aunque no es así nombrada debe de ser la segunda. En contraste con la primera, en que sólo una parte de los difuntos participaba, en ésta “todos los muertos, grandes y pequeños” están de pie ante el trono. La muerte y el Hades, y hasta el mar, se ven forzados a entregar hasta el último de los muertos.  Se abren los libros celestes que contienen las obras de cada uno, y el Libro de la Vida. Todos los que no se hallaron en este último corren la misma suerte que la “trinidad satánica”. Asimismo, la muerte y el Hades son también eliminados de la misma forma.

            La principal dificultad de 20:1-10 surge a la hora de determinar la relación entre el milenio y la Parusía. En términos generales, se denomina premilenaristas a quienes creen que la Parusía ocurre antes del milenio, y postmilenaristas a los que piensan que la Parusía ocurre al final del milenio.

            Una razón importante que dificulta la interpretación del pasaje es que no hay otro lugar en toda la Biblia que mencione explícitamente este período de mil años. Por tanto, todos los intérpretes deben realizar suposiciones cuya naturaleza es obviamente diferente entre pre y postmilenaristas, y explican las conclusiones divergentes.

            Como se ha visto reiteradamente, Juan presenta la revelación que ha recibido en forma de visiones que recapitulan una y otra vez la historia humana y divina, desde diferentes puntos de vista. La recapitulación más obvia ocurre a mitad del libro: El Cap. 12 nos retrotrae en el tiempo con respecto a los acontecimientos del Cap. 11.

Ciertos indicios internos nos permiten dividir las secciones del libro tal como se ha hecho aquí: Cap. 1-3, Cap. 4-7, Cap. 8-11, Cap. 12-14 y Cap. 15-16. Sin embargo, hay argumentos tanto en pro como en contra de que ocurra otro tanto entre los Cap. 19 y 20. Aunque el tema merece discusión, ella escapa de los límites del presente resumen; por tanto, me limitaré a ofrecer mi propia comprensión del pasaje, que se halla en línea con la sostenida por el cristianismo histórico

            Creo que con el Cap. 20 se inicia una nueva sección paralela. Los principales argumentos pueden resumirse como sigue:

1.      El capítulo 19 concluye con la completa destrucción de las naciones enemigas de Dios, de cuya carne se sacian las aves de rapiña. Sin embargo, en 20:3 la existencia de las naciones se presupone al decir que el propósito de la atadura del dragón es impedirle que las engañe, y que de hecho son engañadas  por él al final del milenio.

2.      En otras partes del Nuevo Testamento hay referencias a la atadura y derrota de Satanás: Mateo 4:11; 12:28s; 28:18-20;  Lucas 10:18; Juan 12:31; 16:11; Romanos 16:20; Efesios 1: 20s; 6:16; Colosenses 2:15; Hebreos 2:14s; Santiago 4:7; 1 Pedro 5:8s; 1 Juan 2:13s. Ya durante el ministerio terrenal de Jesús, y en especial desde su resurrección gloriosa, Satán es un enemigo derrotado.

3.      Por real que sea, la restricción de Satanás no es completa; él es atado con el propósito específico de impedirle “engañar a las naciones”. En el pasado podía hacer esto con gran libertad, pero actualmente no; véase Hechos 14:16s. Ahora el evangelio es predicado hasta lo último de la tierra, y todos pueden aceptar la salvación. Cuando Satán sea liberado, sólo aquellos obcecados que a pesar de la predicación se hayan negado a rendirse a Jesucristo serán la fácil presa del engaño satánico, consistente en hacerles creer que pueden vencer a la Iglesia del Cordero.

4.      La identidad de aquéllos que Juan ve reinar con Cristo puede inferirse a partir de la visión del quinto sello en el mismo libro; basta comparar las descripciones para entender que se trata de las mismas personas:

6:9         20:4
las almas de los que   habían muerto      las almas de los decapitados
por causa de la palabra de Dios por causa del testimonio de Jesús
y del testimonio que tenían      y por la palabra de Dios

5.      El lugar del reinado no se indica. Sin embargo, con excepción de los tronos satánicos (2:13, 16:10) siempre que Juan menciona tronos se halla en el ámbito celestial. Es más, el sitio en el trono que el mismo Señor promete es celestial (3:21). Por otra parte, no dice que se trate de personas físicamente resucitadas, sino de almas que revivieron. Por tanto, el pasaje señala un reinado celestial e invisible de los que han vencido en Cristo.

6.      La  expresiónprimera resurreccióndebe referirse a la resurrección espiritual del alma de los que mueren en Cristo. Quienes dicen que si la “segunda” resurrección previa al juicio es física la primera también debe de serlo, no consideran la estructura “cruzada” de las resurrecciones y las muertes que Juan presenta:

La primera resurrección es espiritual; 
la primera muerte (no mencionada) es física;
la segunda resurrección (no mencionada) es física;
la segunda muerte es espiritual

      Esta estructura se corresponde bien con las palabras del Señor registradas en Juan 5:24s, 28s: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán ... No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.” El Señor se refirió a la muerte espiritual y física en la misma frase (Mateo 8:22). En muchos pasajes  es claro que es necesario resucitar espiritualmente para tener entrada al cielo; por ejemplo, Romanos 5: 17; 6:1-11; 2 Corintios 5:14s; Efesios 2:5s.

7.      Finalmente, la rebelión final de Satanás tiene sus paralelos en el mismo libro de Apocalipsis. La “batalla de aquel gran día del Dios todopoderoso”, mencionada en Apocalipsis 16:13-16 parece la misma que la de Gog y Magog. La destrucción por fuego se menciona en Pedro 3:7,10 y  2 Tesalonicenses 1:8- 2:12.  

Por todo lo anterior, es razonable admitir que el espacio aquí descrito como de mil años es el período que va desde la primera hasta la segunda venida de Cristo. Ello exige, claro, que tomemos los “mil años” como una expresión figurada de un tiempo extenso. ¡Esto no presenta mayor dificultad que considerar como figurada la cadena con la que el dragón es atado! Nos hallamos en terreno firme dada la naturaleza del libro y el hecho indisputable que las otras dos menciones bíblicas de un período de mil años son figuradas, y muestran que Dios no está limitado por el tiempo. El Salmo 90:4 dice “Ciertamente mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche”. Por su parte, ante las burlas por la supuesta demora del Señor en retornar, se declara: “Pero, amados, no ignoréis que, para el Señor, un día es como mil años y mil años como un día” (2 Pedro 3:8).

      En resumen, Satanás tiene su poder limitado durante la presente era del evangelio, y hasta poco antes de que el Señor vuelva el evangelio puede ser predicado a las naciones. Entre tanto, los que han muerto en Cristo y que el mundo cree derrotados, en realidad viven para Dios y ya reinan con Él. Sin duda este mensaje ha de haber sido mucho más alentador para la Iglesia perseguida que la noción de algún reino terrenal en un futuro remoto. Al final del milenio el dragón es soltado y lanza su ofensiva final, sólo para ser vencido fácilmente y arrojado al lago de fuego. A esto le sigue el juicio universal y la aniquilación de la muerte.

      Una vez concluído el juicio, Juan ve nuevos cielos y tierra. El mar, lugar tenebroso y misterioso, ya no existe. Ahora la Jerusalén celestial desciende del cielo, y allí Dios habrá de morar con Su pueblo por la eternidad, poniendo fin a todo temor, angustia o dolor. Los que vencen como Cristo venció, es decir, enfrentando con valor el sufrimiento y aún la muerte, son los coherederos de Jesucristo y habitan la santa ciudad, mientras que todos los impíos quedan excluidos de ella por la eternidad.

      La majestuosidad de la Jerusalén celeste, nuestra morada eterna, contrasta con la burda y llamativa vestimenta de Babilonia tanto en calidad como en cantidad. Todo en la ciudad divina es majestuoso, bellísimo, perfecto. La ciudad no necesita un templo donde los fieles se congreguen para adorar, pues la presencia de Dios y del Cordero está en toda ella, y los salvos de todas las naciones adorarán allí por siempre, en una perpetua y perfecta comunión.

      Al modo de un paraíso restaurado y perfeccionado, del trono divino fluirá un río y a su vera estará el árbol de la vida. Los vencedores serán pastoreados y guardados por Dios, gozando el privilegio, prohibido desde la caída de Adán, de verlo cara a cara.

      El libro concluye con declaraciones de la justicia de Dios y el mandato de dar a conocer esta revelación, pues “el tiempo está cerca”. El Señor anuncia que viene pronto, y con Él su recompensa. Ahora se oye la séptima bienaventuranza para los seguidores del Cordero, que habitarán la ciudad santa. Jesús mismo da testimonio del mensaje. El Espíritu Santo y la Iglesia claman por la venida del Señor. 

            Tras una solemne advertencia en contra de quitar cosas del libro, o añadirle algo a la profecía, el Señor anuncia una vez más su venida, esperada con júbilo por los suyos. Y con este mensaje de esperanza, consuelo y fortaleza, Juan el profeta bendice a sus hermanos y se despide de ellos.